
Confinamiento, docencia virtual y el "aumento" de nuestras brechas sociales
Descripción
Lunes, 16 de marzo de 2020. La Universidad de Granada cierra las puertas de sus aulas presenciales y remarca a su comunidad docente que solo se ha suspendido la presencialidad, que la actividad docente e investigadora continua y que el alumnado debe ser atendido de forma similar a las semanas anteriores. De la noche a la mañana, quien se acostó neófito en lo digital debía levantarse capaz de coordinar grupos de 50-60 personas en la virtualidad: plantear tareas prácticas, teóricas, asistir a tutorías en línea, grabarse piezas de vídeo, videoconferencias… Como si del paso de la dictadura a la democracia se tratara, esta “transición digital” se vio también acelerada hasta el infinito por razones obvias.
Podríamos hablar de esto, pero hoy no me gustaría profundizar mucho en esa cuestión de lxs docentes y su formación virtual (que creo que no es tan mala como la pintan), sino en los diversos escenarios con los que me he encontrado en esta primera semana de docencia digital con el alumnado que tengo a cargo. En su gran mayoría, estudiantes de 19-22 años a los que se les presuponen muchas cuestiones, como lo de ser nativxs digitales o lo de su abundancia tecnológica. Afirmaciones que, sin duda, deberíamos entre todxs coger con alfileres, pausar y reflexionar sobre las mismas. Si no lo hacemos, si seguimos como si nada pasara, saldremos de esta crisis con nuestras brechas sociales, ya de por sí maltrechas, desgraciadamente aumentadas.
¿Qué me he encontrado en esta primera semana? Que el cambio de escenarios (de lo presencial a lo virtual) no aminora ciertas brechas de género, económicas o de clase que ya formaban parte de nuestras previas vidas no confinadas. Pudiera parecer que ya en el ámbito universitario, todos y todas disponen de, al menos, los recursos mínimos para afrontar esta situación (tiempos, espacios y materiales), pero no parece ser así. Me encuentro, por ejemplo, con alumnas que son madres y que me plantean que, ahora que tienen que estar en casa 24/7, son menos libres que cuando van a la facultad y disponen de menos tiempo para el estudio. ¿No deberíamos replantearnos, aprovechando esta situación excepcional, que quizás el espacio del hogar y cómo configuramos en él nuestro ocio y nuestro trabajo, tristemente no es igual para todxs?. Por otro lado, me encuentro con estudiantes procedentes de familias con recursos limitados, que o no tienen conexión a internet en casa (“tiran” de datos de su dispositivo móvil), o no tienen una habitación propia o no disponen de un ordenador personal, sino a compartir con su familia, con sus hermanxs universitarios o con los peques de la casa, a los que, por supuesto, sus profes de primaria y secundaria también han atiborrado de deberes y de tareas en esta competición sin premio en la que nos hemos metido los docentes para ver quién es el más digi-virtual. Todas estas brechas estaban ya antes, claro está, pero el confinamiento ni las ha disuelto, ni mucho menos las ha aminorado.
¿Me parece magnífico que aprovechemos esta oportunidad para formarnos en lo digital y para aprovechar sus potencialidades? Me parece. ¿Debemos mantener con los estudiantes el contacto y seguir trabajando con ellos? Por supuesto que sí. Pero ojo, creo que es un error hacer como si no estuviera pasando nada, como si la docencia se pudiera continuar en lo digital de la misma forma que antes, exigiendo lo mismo que antes y evaluando de la misma manera, sin tener en cuenta cómo están afectando las condiciones y el punto de partida de quienes atendemos.
Hoy, más que nunca y en todos los niveles educativos, tenemos que procurar que en esta situación no sean lxs mismxs de siempre (lxs que menxs tienen, colectivos desfavorecidos, lxs silenciadxs… ), los que, una vez más, se queden atrás.