
HABITACIÓN. EL HÁBITO NO HACE AL MONJE.
Descripción
Estamos de cuarentena. Lo sé, sé que lo sabéis. Y si hay algo que esta cuarenta nos hace oír constantemente es el término “nueva normalidad”. Yo lo único que espero de esto es que no pase como con el cine francés y vayamos encadenando novedad hasta llegar a la categoría de nueva novísima normalidad. La realidad es que ya estamos en la normalidad, ya llevamos más de 40 días con una nueva rutina y, aunque parezca increíble, ya estamos acostumbrados (privilegios y privilegiados aparte) a este contexto, independientemente de cómo sea para cada cual. Y creo que (en esto sí que coincidiréis muchos conmigo) mi práctica diaria se resume fácilmente en no aprovechar este supuesto oasis de tiempo infinito y ver películas.
En la segunda de mis tareas de cuarenta me hallaba cuando decidí ver Room (Lenny Abrahamson, 2015), tal vez por ese impulso masoquista que lleva a todas las películas sobre infecciones, pandemias y confinamientos a ser lo más visto de las plataformas de streaming que nos acompañan a diario. He de decir que la película fue una gratísima sorpresa en muchos sentidos, pero especialmente es la parte más criticada de esta la que me lleva a escribir estas palabras. La cinta irlandesa nos cuenta la historia de una mujer (Brie Larson) que fue secuestrada e internada en especie de garita de jardín donde su captor la viola a diario. Fruto de estas violaciones se queda embarazada y su hijo (un excelso Jacob Tremblay, que consigue llevar su actuación a matices inauditos para su edad) nace en esa habitación, donde los artículos no existen y todos los elementos que la componen son únicos y provistos de un nombre propio porque la habitación es Habitación, es su mundo. Hay una coincidencia más o menos general en considerar la primera hora de la película una obra maestra del cine y su segunda hora innecesaria, pero yo pienso que también su segunda parte está cargada de una inteligencia, que es ahora en estos momentos la que más nos hace reflexionar y nos golpea de manera más contundente. La línea que separa este filme de manera casi simétrica se debe a (viene SPOILER) que, gracias al chico, ambos consiguen escapar y tras varios años confinados ya son libres para empezar de nuevo.
Dejando a un lado la magnífica gestión del punto de vista que realiza Abrahamson llegados a este punto, sería digno de estudio lo que supone realmente para una persona una expansión semejante de su realidad. El mundo que antes cabía entre cuatro paredes ahora es inmenso (ya nos lo resulta a los que lo conocemos desde un primer momento). Durante un tiempo el niño incluso añora Habitación y la define como grandísima, mucho más que su cuarto ahora en el mundo, algo que no es cierto en absoluto. Lo que he comprendido con esta película es que nosotros hemos vivido un proceso inverso, hemos visto cómo nuestro mundo se ha encogido de repente y nuestras habitaciones se hacían mucho más pequeñas de lo que eran antes, ya ni cabíamos en nuestras camas, teníamos cuatro paredes que nos oprimían y nada más. Sin embargo, el tiempo pasa y los insulsos pasillos, que unían estancias en las que hacíamos lo que podíamos, se han convertido en paseos de la fama donde hacemos running vestidos con nuestras mejores galas deportivas mientras los vecinos (nos) aplauden.
En Room el trayecto de ese niño llega a su fin cuando al volver a visitar la habitación la descubre como lo que es, tremendamente pequeña, o, mejor dicho; cuando su mundo actual, mucho más grande, la encoje; cuando su realidad se ha convertido en un planeta entero con el que nunca soñó porque la habitación, Habitación, nunca ha cambiado. Ya no existe la “nueva normalidad”, ya es normalidad, porque ahora nuestros cuartos son refugios para poder estar solos cuando lo necesitamos, porque nuestros pequeños patios se han convertidos en gimnasios y campos de fútbol, porque cada día nos sabe mejor la cena hecha con los últimos restos que hemos apurado para evitar el estrés que supone ir al supermercado y salir de nuestro universo.
Si hay algo que esta película me ha ayudado a comprender es que nuestra generación es tremendamente extraña. Es tan cierto que hemos tenido una serie de accesorios que han facilitado mucho el paso de Mundo a Habitación, como que nunca podremos mirar cara a cara a nuestros abuelos ni a generaciones anteriores a las suyas para comparar nuestras crisis con las suyas, su posguerra y posterior dictadura. Las crisis han evolucionado a la misma velocidad que el planeta, pasando de un estado a otro, en el que las nuestras no son ni siquiera líquidas, son gaseosas, es decir, intangibles y tienden a ocupar todo el espacio disponible (sea cual sea nuestro escenario en ese momento). Y así es como funciona el ciclo, el mundo se reconstruirá, será diferente hasta su siguiente crisis, las “nuevas normalidades” irán apareciendo, y mientras tanto nosotros estaremos ahí, en Habitación, esperando… Porque el hábito no hace al monje.