
La tierra parada
Descripción
La tierra parada
“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.”
(Jorge Luis Borges, “Fundación mítica de Buenos Aires”)
Yo, como cualquiera, me pregunto si voy a aguantar. Si aguantaremos. Estos primeros días, mal que bien, estamos casi hasta disfrutando el tiempo ralentizado, el mayor descanso, el poder dedicar horas a jugar con mis hijas y a mirar el extraño horizonte desde la terraza.
Pero nuestro afán humano, casi siempre cortoplacista, me hace a veces colapsar por dentro: ¿aguantaré?, ¿aguantarán mis hijas? ¿Qué significa que se pare el mundo? ¿Hasta cuándo? La condena del ser humano será siempre lo que supone también su mayor avance evolutivo: la proyección. La conciencia. Esa incapacidad de descansar en el instante, y solo en el instante. Las pesadillas –o sueños- de lo que pueda ser y no ser.
Nuestra situación es algo distinta: estamos expatriadas (en virtud de una José Castillejo disfrutada fuera de tiempo). En Buenos Aires, esa ciudad increíble que presenta la mayor concentración de librerías del mundo (muchas de ellas abiertas 24 horas en la calle Corrientes; bueno, ahora no), esa ciudad donde los libros no pagan impuestos y son más baratos que la comida. La ciudad del tango a deshoras en las calles, del tango eterno, complejo, tradicional y diverso, hasta en sillas de ruedas se baila tango, como pude contemplar en la Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada, al poco de llegar, una tarde de belleza insoportable.
La ciudad de Borges, que no fue nunca fundada, porque es “tan eterna como el agua y el aire”, a su juicio.
Solo que ahora solo podemos ver el agua y el aire posibles desde nuestra (bendita) terraza. Por doce días, para empezar (algo más de los necesarios para crear el mundo), y seguramente más.
Que la tierra se pare supone tantas cosas. Se oyen más los pájaros, las voces del vecindario. Anoche los de dos terrazas más allá hicieron un asado y el humo nos invadió como una hoguera inesperada. Los atisbábamos como el que busca agua fresca en un desierto. Entre la curiosidad y la necesidad (¿qué curiosidad no es necesaria?).
Sobre un mantel en la terraza jugamos a contar estrellas (acá son distintas, las constelaciones se dibujan de otra manera) y ver cómo se escondían tras los muros del edificio, mostrando el rotar eterno de la bóveda celeste. Hasta una fugaz hubo.
A la hora del aplauso, después, alguna gente silbaba, gritaba “hola” e incluso decía “me aburro”. Mis hijas se reían como locas (esa patria libre de la infancia, ese estado subversivo del ser humano, como dice Sánchez Piñol) y bailamos una conga improvisada, cantando “La manta al coll y el cabasset”, soñando con ir a las próximas Fogueres de Sant Joan en nuestra terreta, y nos quedaremos hasta el final, hasta la cremà y la banyà de la última de las hogueras en quemarse, en esa noche eterna y mágica del agua y el fuego.
Soñando con el mundo que sucede allá afuera, cuando la tierra no está parada.
Y, pese a todo (“y la vida pese a todo, siempre pese a todo”, como recuerda Mouawad en su “Litoral” bella y terrible), estamos vivas en esta tierra parada, que no está parada. El silencio inédito, el aire más limpio, las horas largas, todo eso que permite que florezcan esas cosas. Las congas improvisadas, el atisbo de estrellas (esas estrellas leves, escasas, del cielo de una gran urbe, eterna además, como es Buenos Aires; pero estrellas al fin), un músico que toca la trompeta en la inmensidad de la noche mallorquina para deleitar al mundo y a sí mismo con el mundo, o un cantante de ópera en Villa Crespo (uno de tantos barrios porteños, cercano al nuestro ahora, el emblemático y vecinal Caballito), brindando también su voz a la noche colectiva. Escuchar una emisora sudafricana o mozambiqueña, o una radio libre en Ushuaia (el fin del mundo) o Atacama, uno de esos tantos programas ahora liberados, esos genuinos actos que florecen cada día y a cada instante detenido, en esta tierra parada, de altruismo virtual de la interconexión.
Cuando la tierra se para, comienza otro mundo.
El miedo, la ansiedad cortoplacista nos asola cuando nos embate con esa pregunta sin orillas, ese “si aguantaré”. Si aguantaremos.
Claro que sí. El otro día una foto de mi abuela de 94 años, oriunda de la capital del ajo en la Mancha, increíblemente fuerte y viva pese a todo (siempre pese a todo), roca, nuestra matriarca mítica y mitocondrial, me hizo pensar. Me urgió el recuerdo. Ella vivió la guerra, más aún, la posguerra. Qué son unos días de encierro, pese a todo, diez, quince, treinta, sí, incómodos, sí, inasumibles por momentos, pero, con todo… mirando más allá, todo cobra otro sentido, otro color. Otro lenguaje para ser narrado.
Somos más que la tierra parada. Y estamos aisladas, pero no solas.
Cuando la tierra se para, comienza otro mundo.
Y la vida pese a todo, siempre pese a todo.
PS: Enlace para leer y escuchar, si se desea, recitado por el propio Borges, su “Fundación mítica de Buenos Aires”: https://www.poesi.as/jlb0302.htm