
Una amargada social en plena crisis existencial
Descripción
Fue un martes trece el día que se decretó oficialmente el confinamiento, muy poético, todo hay que decirlo. Como amante de las películas y series distópicas tipo “the purgue“, ya me imaginaba a mí misma comprando en una tienda yankie, con cabezas de ciervos y escopetas en la pared, un bate con diamantes incrustados y un tutú rosa para entrar al mercadona al grito de: “¡Dejadme pasar hijos de p***!” Me imaginaba en un combate a muerte con una octogenaria por el último pack de papel higiénico.
No soy de esas personas adictas al positivismo, más bien me definiría como una amargada social, por lo que una pandemia global, la neurosis colectiva y la crisis existencial de aquellos que creen en la raza humana, se me hizo cuanto menos deleitable. Soy del tipo de personas que cuando se les propone algún tipo de reunión social prefiere fingir que está muerta, por lo que un confinamiento de cuarenta días se me hacía un sueño inalcanzable, así que no puedo más que decir que: Gracias, Covid-19.
Como ya te imaginarás, no soy de las que tiene muchos amigos, pero sí que puedo destacar, por ejemplo a Sony, inmigrante ilegal de Senegal cuya ocupación es la mendicidad en la puerta de mi estanco habitual. O María, octogenaria, gitana y rumana con igual ocupación pero en mi Covirán de confianza. Y no puedo olvidarme de Mohamed, natural de Nigeria, gorrilla que se sienta en el tranquito de la puerta del banco Santander. Como doctoranda sin contrato no podía aportar demasiado a sus economías familiares, así que simplemente me sentaba con ellos y me quejaba de la vida. Ellos simplemente me escuchaban y se reían. Problemas del primer mundo yo les decía.
Este tiempo de confinamiento me ha servido para pensar, en exceso diría yo. Pensaba y pienso tanto que ya he considerado varias veces coger las medias de rejilla que guardo en el cajón desastre de mi habitación, embutir mi cara en ellas e ir a una farmacia al grito de: “¡Dadme todos los valiums que tengas, que estoy mu’ loca!” Por ahora sólo me alivio con imaginarlo, con el paso del tiempo espero no salir en las páginas de sucesos del Ideal.
No voy a engañarte, el confinamiento lo he respetado lo justo, basta con que el Estado te diga que no puedas hacer algo, para que aquellos que amamos las miseria humana, queramos salir. Pero si te soy sincera, sólo esperaba encontrarme con mis colegas, pero ni en la puerta del covirán, ni en el estanco, ni en el tranquito de la entrada del banco Santander estaban. De Sony he sabido que no se atreve a salir a comprar por su condición de inmigrante ilegal y con las calles atestadas de policías, no parece un buen plan. De María sólo he podido saber que sin salir a “trabajar” no hay demasiadas expectativas de comprar, y que lo están pasando mal. De Mohamed aún no sé nada.
Si podemos destacar algo positivo de esta pandemia global es en primer lugar; el desarrollo del teletrabajo, una oportunidad para que podamos contribuir a la comunidad aquellos inadaptados sociales en sociedad. En segundo lugar, para aquellos que aman la positividad, el amor y los abrazos, la oportunidad que te brinda el conocer a ese vecino que te prestaba a su hijo como despertador a las siete de la mañana con sus llantos y gritos. Y por último, es momento de entender la situaciones de increíble vulnerabilidad que se encuentran muchos y muchas y que no puedo más que compartir con ellos, aunque no me lean, estos versos de Eduardo Galeano; Los nadies:
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
A vosotros, sólo os pido resistid(nos), queridos amigos y psicólogos personales.